jueves, 26 de septiembre de 2013

EL CARACTER NEUTRAL DE LA MONARQUIA ES UNA MENTIRA

La cajetilla de Gitanes, ¡he ahí otro afrancesado!, es la eficaz gasolina de este Panzer dialéctico llamado Jorge Verstrynge (Tánger, 1948) que lleva amenazando el Rin celtibérico desde que comenzó como joven delfín de ese oxímoron llamado Fraga demócrata.

Esta vehemencia, esta afortunada vehemencia, le valió el apelativo de “cantamañanas” por el quejoso Juan Benet, pero ¿no lo era también Danton cuando clamaba “audacia, más audacia y siempre audacia” frente a todas las tiranías europeas?


En su nuevo papel de ancien enragé, otro oxímoron, Verstrynge demuestra más vitalidad que nunca; esperamos que, a diferencia de Danton, nunca ruede su cabeza. Se conoce poco tu doble ascendencia franco-hispana.


¿Cómo has crecido con esa doble vertiente cultural? Nací en Marruecos, como es sabido. Una parte de mi familia, por parte de mi madre, era española y por el lado de mi padre era belga, originariamente. Luego, posteriormente, mi padrastro era francés. Me he educado con cierta ambivalencia en ese aspecto, pero con una impronta francesa. Si ves aquí, el 98% de los libros están en francés.


Eres parte de esa educación sentimental, parafraseando a Flaubert, propia de un cierto intelectual de los 70. Bueno, es que mis autores favoritos son franceses, claro: Flaubert, Balzac, Martin Du Gard, Montaigne… Si me pides que te dé una nómina equivalente de autores españoles, no podría.

¿Nunca te han interesado los literatos españoles? Sí, Blasco Ibáñez, por ejemplo… Unamuno, pero nada más. Nunca pasé de treinta páginas del Quijote y mira que lo intenté (risas). No podía: era humanamente imposible para mí. Naciste en Tánger, en 1948, y es un aspecto que suele quedar desdibujado en tus entrevistas, cuando es un lugar y una época fascinante (Burroughs, Casablanca, etc.)


¿Cómo fue crecer en un país colonial? Era una película, casi Lo que el viento se llevó. Mira, Casablanca originariamente no se llamaba así, sino que se llamaba Tánger… pero no podían utilizarla en el título porque la habían bombardeado, y realmente Casablanca era zona francesa clara. Tánger era zona internacional por aquel entonces y los marroquíes, los de Rabat, la llamaban “la prostituta” ya que se había acostado con todos: portugueses, ingleses, españoles, alemanes… El ambiente de Casablanca era el ambiente de Tánger. Todavía, hace unos años, yendo por la calle se me acerca un chiquito y me dice: “¿Marihuana? No, gracias. ¿Hachís? No, no. ¿Coca? No, no. ¿Un chico? No, no, no tampoco. ¿Una chica entonces?”. Y ya le dije, “Anda, toma un dírham y déjame en paz”. (Risas). Eso, claro, no ocurre en la Casablanca histórica que yo conocí, que era virtualmente una ciudad francesa. Tánger, en cambio, era una ciudad mestiza. Tánger tenía status internacional desde 1912, bajo el pacto entre España y Francia. Tiene fama, en los textos de inicios de siglo, de ser un nido de espías. Total. Cuando era pequeñín, veías de pronto una lancha, cerca del puerto; se acercaba a la playa y empezaban a tirar sacas. Eran relojes, armas, etc. Tánger era la típica ciudad donde podías hacer una fortuna en tres meses… y perderla en otros tres. De hecho, mi padre se arruinó. Precisamente queremos preguntarte por tu padre biológico, Willy Verstrynge-Thalloen, cuya biografía es propia de una novela de Joseph Conrad. ¡No sé si tanto como Conrad! (Risas) Él se metió en política en Bélgica, pero no debió de irle muy bien ya que se fue luego al Congo. Allí fue pianista en Leopoldville, la actual Kinshasa, y después se vino a Marruecos, concretamente a Larache. Luego a Tánger, que era el único sitio donde podía prosperar. Me acuerdo de que una vez consiguió un contrato con el ejército francés, del protectorado, para hacerles jabón y contrató a su vez a un ingeniero polaco que decía saber hacer el jabón. Este jabón, una vez fabricado, llevaba la sosa cáustica a la superficie. ¡Los tíos se quemaban! Los franceses no tenían muy buena opinión de él, claro (risas), aunque fue involuntario por su parte. Con el negocio del crin se arruinó por primera vez.


¿Cómo era la convivencia multiétnica en ese Marruecos colonial? Era buena. Hombre, en toda colonia (aunque se llamara protectorado) están los que trabajan para los demás. Eran evidentemente la masa de población árabe. Orwell tiene una cita muy conocida sobre esto “…en una colonia cualquier funcionario colonial acaba haciendo algo sucio”. Los franceses, en su trato con los marroquíes, eran duros. El trato de los españoles con los marroquíes no era tan duro, motivo por el cual había unos cuantos, no muchos, matrimonios entre españolas y marroquíes. Para ellas, casarse con un marroquí rico significaba un ascenso en la escala social. Ese tipo de unión en el Marruecos francés era prácticamente infinitesimal. Pero las dos relaciones se basaban en el desprecio al moro, lo cual era injusto. El término moro en mi infancia no era peyorativo, por eso lo utilizo mucho. El marroquí, al igual que más gente, lo que quiere es que le trates con dignidad. Si lo haces así, no tienes ningún problema. Si le tratas como un perro, acaba mordiendo. Y con toda la razón.


¿Cómo se vivía allí? Se vivía de cine. Había tres capas… mejor cuatro. Los marroquíes de abajo que eran los que trabajaban en español, con salarios muy bajos, bajísimos. Luego estaba una capa de marroquíes ricos, que explotaban a los anteriores, a los de abajo, hasta el tuétano. Los europeos eran más considerados, pero los marroquíes ricos eran peores. El problema de Marruecos es que tiene una clase dominante desastrosa: es un pueblo maravilloso pero tiene ese problema. Por encima estaban los judíos, y por encima estaban los europeos. A la cabeza de estos últimos estaban los franceses. Pero la convivencia era buena: es más, incluso la convivencia de musulmanes y judíos era buena. Compartían la misma cultura alimentaria, compartían muchos gustos musicales y no había antisemitismo. En el Islam originariamente no lo había, no lo hay, pero comenzó a raíz de la constitución del Estado de Israel. Todos esos judíos serían en gran parte del exilio sefardí. Sí, sí, muchos. Especialmente en Tetuán, pero también en Tánger había una comunidad importante. Todos esos Ben-Hassan, Abitbol, Ben-Amun… todos mis amigos judíos venían de Tánger. Se llevaban todos muy mal con mi padre, porque mi padre era antisemita y los judíos lo sabían.


¿Llegaste a coincidir con el exilio republicano en Tánger? ¿Y con el grupo cultural del diario España de Haro Tecglen? Era muy pequeñito, pero sí recuerdo el diario España. Era un buen diario, el más libre que había en lengua española en Europa. Al que sí conocí fue al marido de una hermana de mi madre, que se llamaba Juan Mateos, republicano acérrimo, que me soltaba unas soflamas contra Franco… ponía a Franco a caer de un burro. Ni mi padre, ni mi padrastro, ni este Juan Mateos tenían a Franco como santo de su devoción. Si tenía alguna duda, en mi entorno familiar no la había. Los dos hechos que para mí borraron a Franco del mapa fueron una guerra y un asesinato: la guerra fue la guerra de Ifni —que fue una humillación enorme, donde los cañones españoles llevaban ruedas de madera y no nos echaron de allí porque llegó la flota francesa, su aviación y bombardearon a los marroquíes— , y el asesinato el de Grimau. Tu padrastro, René Mazel, fue tu contrafigura política inicial, siendo comunista. ¿Cómo acabaste con esta figura en la derecha política? Yo era esquizofrénico, tenía doble personalidad, políticamente hablando. Nazco en el 48, cuando la pistola de Hitler todavía humea… Recuerdo un viaje que hice con mis padres a Alemania, cuando era muy pequeñín —apenas cinco años—, y veía por la ventanilla del avión las ciudades totalmente arrasadas. Alemania pierde la guerra y con esta derrota la suerte de los Imperios estaba echada. Ya en 1942 el abominable Adolfo les dice a los ingleses “yo no sé si vosotros ganáis la guerra, pero el Imperio no os puede sobrevivir”. Efectivamente, el mismo 8 de mayo 1945, con la renuncia del ejército alemán, se subleva una parte de la población argelina en Sétif, que es masacrada. Al mismo tiempo en la India había habido meneos fuertes; en Pakistán también, y entonces comienza un proceso de descolonización. Ahora tienes que ver esto desde el ángulo de que yo había nacido allí: conocía Tánger, cada loseta de su paseo marítimo, podía ir con los ojos vendados y volver a mi casa. Para nosotros aquello era nuestra tierra, que compartíamos con los árabes, en una situación de dominio. Esto de que nos dijeran “Oiga, ahora vd. se va”… O la maleta o el ataúd. Un dilema parecido al pied-noir argelino. Claro, igual, era lo mismo. A nosotros nos llamaban “troncos de higuera”, el equivalente de los pieds-noirs de Argelia. Yo en aquel momento basculé en defensa del Imperio francés, no del español que ya no tenía mucha importancia entonces. Y por tanto estaba de corazón con la OAS (Organisation de l’Armée Secrète). ¿Problema? Mi padrastro, como es sabido, era miembro del partido comunista. Le habían expulsado de Francia en 1947, 1948, porque pertenecía a una célula en Marsella. Por aquel tiempo había un clima de pánico en Francia ya que se acusaba a los rusos de haber montado en el Partido Comunista Francés una serie de bases de datos secretas de nombres, que incluía tanques, algo que colaron a la población. A ello se unía el pánico por el golpe de Praga, en 1948. A mi padrastro le pusieron un billete de barco y le dijeron: ¡hala! ¡a las colonias! Llega a las colonias con sus ideas, que chocaron con las mías a los 12 años. Era una persona muy liberal. Se llevó un gran disgusto cuando aparecí en casa con un ejemplar de Mi lucha, de Hitler, Fascistas y nazis de hoy y seis tomos de Historia del ejército alemán (risas). Me dijo “Aquí tienes cosas más interesantes de leer, pero lee lo que quieras”. Como yo era muy lector, leía de todo, me di poco a poco cuenta de que mi padre tenía razón. Mi padre biológico, de extrema derecha, me inoculó ideas cercanas al fascismo tanto en lo moral como en lo económico. Ahí comienza la dualidad: políticamente sigo pensando que el Imperio francés debe seguir existiendo, pero al mismo tiempo comienzo a pensar que hay que nacionalizar la banca, las compañías de seguros, etc. Todo esto último lo he pensado toda mi vida. Una dualidad interesante. Recuerdo que una vez una señora se acercó a mí y me dijo “Ay, ¿por qué no se quedó usted? Hubiera sido presidente en lugar de Aznar”. Yo me eché a reír, y Mercedes Revuelta, mi mujer actual, dijo: “Mire, señora, si Verstrynge llega a ser presidente habría nacionalizado la banca, las compañías de seguros, las autopistas… y al cabo de tres meses le habrían puesto una bomba debajo del coche” (risas). Eso me traslada del neofascismo a una cosa poco conocida en España llamada nacional-bolchevismo: “No es posible una revolución socialista si el país no es independiente de todo lazo económico”.



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